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Diario de viaje: Arizona (I)

Tengo la cara colorada del sol. Hoy los rayos del sol se filtraban entre la inmensidad de las montañas del Gran Cañón, regalándome fotografías únicas. Sin querer, me he parado a pensar en todas las historias que sucedieron allí, en mitad de aquel oasis de belleza desnuda, tras todo el día cruzando caminos únicos. Descubriendo esa belleza que te remueve desde dentro. Esa belleza que, si cierras los ojos y te concentras, se mueve en el aire, te hace sentir como si susurrase las historias de sus antepasados.

Y estando allí no puedo evitar imaginar aquello que sucedió alrededor de alguna hoguera. Esas historias que en una película se acompañarían de la música de un banjo, como el que yo intento aprender a tocar mientras Towanda ronronea. Esas historias de carreteras infinitas en las que yo voy creando mi camino, con el sonido de mis botas al caminar. Carreteras de sueños, aventuras y vidas cruzadas.

Tengo la cara colorada y las botas empolvadas. Sólo llevo unos días aquí, pero ya siento que un pedazo de Arizona vendrá siempre conmigo, y que un trocito de mi se quedará para siempre aquí. Mientras tanto, seguiré viviéndola con los ojos bien abiertos. Con las ganas preparadas y el corazón latiendo fuerte.

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