La historia de Towanda

Hay personas que aparecen en tu vida de repente, y desde ese momento los llevas contigo para siempre. No las buscas ni las esperas, simplemente están ahí en el lugar preciso, el instante exacto, para hacerse un hueco en tus vivencias, tus recuerdos, tu día a día.

Piensas en ellos y sientes cariño, te consuelan cuando tienes un día triste e incluso les echas de menos cuando no los ves en unos días… Y a veces ese gran amigo no es una persona, sino que anda a cuatro patas, es peludito y duerme a los pies de tu cama, o a tu lado, según cuánto aprieta el frío…

A estas alturas ya sabes que, en mi caso, hablo de Towanda.  Desde que mi gatito Towanda llegó a mi vida, como una de las mejores casualidades de mi vida, hemos sido unos inseparables compañeros de sueños y aventuras. Hemos viajado, hemos vivido juntos cientos de anécdotas…

Pero, ¿cuál es la historia de Towanda? ¿Cómo llegó a mi vida? ¡Aquí te lo cuento!

Nunca olvidaré la primera vez en la que Towanda y yo nos vimos. Como muchas tardes en otoño, había salido a la calle a caminar, observando cómo las hojas se habían teñido de mil colores, cayendo de los árboles como si bailaran movidas por el viento y crujiendo bajo mis pies. Este es uno de los mejores espectáculos que la naturaleza nos regala, y aprovecho cada instante en el que puedo para disfrutarlo.

Ese día hacía un poco de aire, que sentía en mi cara rozándome en leves ráfagas frías, moviéndome el pelo y el ribete de la falda. Caminaba por un parque, pensando y buscando un rincón en el que sentarme a escribir sobre el montón de ideas que me rondaban la cabeza. Me senté en un banco para leer algunas notas que había hecho en mi cuaderno unos días antes, cuando levanté la mirada un instante y lo vi ahí, frente a mí.

Pequeño como una bolita, brillando bajo la luz del atardecer con ese precioso color gris, dando saltos tras una hoja que volaba rebotando contra el suelo, sin apenas darse cuenta de mi presencia. Y no lo pude evitar, verlo dar esos saltos intentando coger entre sus patas una hoja era tan gracioso, que se me escapó una sonora carcajada, lo que hizo que se asustara y corriera a esconderse tras un árbol.

Y así comenzó una especie de juego entre nosotros, en la que él se asomaba tímidamente, primero de un lado del tronco, después del otro, y yo me acercaba lentamente a él, extendiéndole mi mano para que la oliese, a la que él se acercaba receloso al principio, despacito… hasta que por fin me dejó acariciarlo.

En ese momento creo que ambos supimos que íbamos a ser amigos para siempre. Ese momento de conexión mágica que a veces sucede, estaba ahí, haciéndonos sentir a ambos felices de habernos encontrado.

Y es que si algo he aprendido es que hay personas que van y vienen, como sus recuerdos, pero un animal es un compañero fiel que siempre está contigo, incondicional, al que no le importa que tengas un buen o mal día, sino que te hacen reír sin pedir nada a cambio, te acompañan allá donde vayas y tienen siempre cariño para ti.

Por eso Towanda es mi mejor casualidad, un amigo que apareció sin más, sin esperarlo ni buscarlo… pero que va conmigo allá donde yo voy, y que  tiene un gran protagonismo en las colecciones, estando presente en muchos pequeños detalles, en los estampados y, por supuesto, en cada imagen en la que me acompaña. Y si quieres conocer más sobre nuestras aventuras plasmadas en las nuevas colecciones, ¡no te olvides de visitar la web en este enlace!

Y tú, ¿tienes un fiel compañero como el mío?